Lo
bueno de saber con tiempo que viene el lobo malo y feroz, es que tienes tiempo
de prepararte y, normalmente, cuando llega, no es tan malo ni tan feroz como
esperabas.
Así pensaba yo comenzar mi
crónica de la Roca Negra justo antes de empezarla…”no va a ser tan dura como
nos la hemos pintado, ya verás”, pensaba yo. Para el kilómetro 8 tuve claro que
tenía que cambiar la intro, no digo más.
Empezamos!
Para ponernos en antecedentes
resumidos, después de la Cursa de les Aixetes en Abril, de 19 Kms de montaña,
David, Silvia y yo pensamos que para seguir en marcha necesitábamos otro reto a
la vista, y ya que le estábamos cogiendo gustito a la montaña, buscamos.
Alguien me recomendó ésta, y al ver que eran 25 kms cerca de casa pensamos que
tampoco había tanta diferencia con la ya hecha, así que sin mirar mucho más nos
apuntamos.
Eso que lo vas comentando con la
gente conocida que te encuentras, sobre todo por la montaña, y las caras de
UFFFF empezaron a asustarnos. “Sube mucho”. “Es muy dura”. “Rompepiernas”. Etc,
etc.
1.300 de desnivel positivo, dicho
así suena simple, pero no. Intentamos apretar en los últimos entrenos, sabiendo
que todo iba a ser poco, pero aún con miedo teníamos poco que perder: la hora
tope era 4 horas y media, y era nuestro único objetivo: terminar en tiempo y
conseguir nuestra medalla finisher.
Después de la accidentada carrera
en Zaragoza el fin de semana anterior, junto con una semana un poco pocha en general,
dudé hasta la noche anterior de si ir o no ir. Pero la habíamos preparado y
teníamos mucha ilusión así que decidí intentarlo, pensando que si a en algún
momento viera necesario retirarme lo haría sin pena ni problemas.
Al 4 de Junio le precedió una semana
de mucho calor, de lluvias tontas y tiempo así como muy primaveral, que nos
tuvo toda la semana con un AY en el cuerpo sin saber qué nos encontraríamos.
Por suerte, no voy a poder excusarme en la climatología porque hizo un día
perfecto, sin más. Minutos antes de salir, el cielo estaba nublado y aunque
hacía bochorno, no tener el sol ya calentándote el cogote nos daba una
tranquilidad importante.
Llegamos con tiempo a la Plaza
Mercè Rodoreda de Sant Boi, y en medio de un ambiente chulísimo, saludamos a
compañeros que también iban a correr: Nicole, Ester, Jose… nos colocamos y en
pocos minutos salimos, ya desde inicio subiendo por la urbanización que nos
llevó directos al pie del primer pico: Sant Ramón. Allí, a pies de la ermita,
estaba el primer avituallamiento. Ese primer tramo lo hicimos bien, cómodos,
aún los tres juntos aunque David ya empezaba a ir “sobrao”. Seguíamos en
grupitos grandes, y de allí salimos disparados a la primera bajada. Y qué
bajada.
Aquí hago un inciso para decir
que yo ya sabía que bajaba mal. Pero justo ahí me di cuenta de que la palabra
es FATAL. Supongo que esa bajada no era demasiado técnica, pero yo acumulé una
tensión increíble en todo el cuerpo. No sé bajar sin pensar dónde pondré el pie
en el siguiente paso, siento que me voy a matar! Y como no doy abasto pensando
en cada paso, me colapso, y estoy segura que desde atrás debo dar la impresión
de que en cualquier momento empiezo a rodar montaña abajo.
En fin.
Justo ahí, David y Silvia se me
escaparon un poco y yo escuchaba unos pasos tras de mí cada vez más cerca (que
presión!). Cuando ya los tenía encima me eché a un lado y el chico que venía
detrás me dijo que siguiera, que ese ritmo ya le iba bien, que quedaba mucho y
que la carrera ya iba a ser como un chicle: nos adelantaríamos subiendo o
bajando, pero ya íbamos a ver las mismas caras hasta la meta.
Y cuánta razón. Ahí conocimos a
Chus y Jorge, del Prat de Llobregat. Poco más se de ellos. Montañeros majísimos
que estaban preparando algo más gordo en Octubre, conocían el recorrido
perfectamente pues era su zona de entreno, y ya no nos separamos de ellos hasta
el kilómetro 20, más o menos.
Debo contar cómo rompimos el
hielo, lo necesito! Era 4 de Junio. Horas antes el Real Madrid había ganado su
duodécima copa de Europa, así que yo estaba muy contentilla y encantada de
chinchar a mi compi superculé Silvia. Un tramo después de que Chus me dijera lo
de la carrera-Chicle, me adelantó y yo me tropecé (no, no me caí!), y me
preguntó que si me había puesto nerviosa por adelantarme. Le dije que no, pero
que es que al ser merengue no estaba acostumbrada a que me ganaran! Nos
empezamos a reír todos, mucho. Resultó que él también era muy merengue y su
compi Jorge muy culé así que el cachondeo estaba servido.
Llegando a Sant Climent, ya vimos
que David iba mucho mejor que nosotras, igual que en los entrenos, vaya. Así
que, aunque casi tuvimos que suplicarle, se adelantó para hacer su carrera, al
fin y al cabo, nosotras íbamos a llegar juntas a meta sí o sí. Gracias Deivid
por cuidarnos tanto!
Empezó a llover, poca cosa así
que lo agradecimos mucho porque calor hacía. Lo malo es que igual que subíamos
bajábamos y las piedras mojadas son un peligro.
Justo llegamos a una gran bajada, una pared de pizarra enorme…ahí yo
tuve ganas de llorar, de verdad. Me paré en seco sin saber muy bien por dónde
bajar, y veía más abajo a la gente resbalando y poniendo las manos en el suelo,
cada uno apañándose como podía. Yo, visto el plan, fui a lo seguro (y a lo
ridículo), y planté mi trasero en el suelo y bajé a lo tobogán, tal cual os lo
cuento.
Pasado esto, tuve un rato
malo. Estábamos en plena montaña, con
unas vistas preciosas que no disfruté, y yo no paraba de acordarme de lo que
nos pasó en Zaragoza la semana anterior. Sólo llevábamos 10 kilómetros y ya iba
cansada, forzada… ahogada. ¿Sería esa la sensación de mi hermana justo antes de
desvanecerse? Y si me pasaba a mí allí, cómo me iban a atender si estábamos en
una zona intransitable del todo para coches? Sílvia me lo vio en la cara, y no paró de
animarme para que no me viniera abajo. Estaba negativa total, ya andando en
muchos tramos y peleándome conmigo misma paso a paso, segundo a segundo.
Gracias Silvi!
Bajo la lluvia seguíamos
avanzando por un tramo de barrigas, así lo llamaban los chicos. Sube, baja,
sube, baja…Tabor, Can Cartró y Rebaixí, pequeños picos que nos iban machacando
las piernas y la mente. Muy duro, muy técnico, nada que ver con nuestra querida
cursa local de les Aixetes. Eso nos decíamos Silvia y yo: ¿Dónde nos hemos
metido?! Por ahí estaba el tercer avituallamiento, el cuerpo me pedía agua y
más agua. Comí naranja, una mujer majísima casi me obligó a comer un trozo de
plátano y por el rabillo del ojo vi por dónde continuaba nuestro camino: una
pared de piedra que te obligaba a “escalar” un trozo para encontrar de nuevo el
sendero. ¿En serio? Sí. Vamos Silvia!
Ya íbamos encaminadas a Sant
Antoni. Ay Sant Antoni! Tooooda la carrera temiendo ese momento. Cada compañero
que adelantábamos o que nos adelantaba, nos aconsejaba que guardáramos piernas
para esa subida que era el peor momento de la carrera. El más duro, y encima
largo. Kilómetro 15 – 16, con mi particular crisis interna superada, pensé que
10 kilómetros, por malos que fueran, estaban hechos. Pobre de mí, jaja!
Aquello no tiene nombre. Me
cuesta creer que por allí nadie pueda subir corriendo, pero vaya, visto los
tiempos de los primeros en llegar a meta correr, corrieron, y de qué manera. Me
quito todos los sombreros habidos y por haber. Yo me tenía que ayudar con las
manos para subir, me agarraba a raíces, a ramas y a todo lo que pillaba. Nos
parábamos a respirar unos segundos y tomar fuerzas para seguir. A mi favor diré
que igual que me di cuenta de que bajando soy una auténtica patata, subiendo
aguanto a ritmo ligero y ver que adelantaba a algunos me regaló una dosis de
moral y autoestima potente!
Llegamos, por fin, y poco después
un avituallamiento más, en el kilómetro
18.2 exactamente. Encarábamos la recta
final ya con las piernas bastante castigadas. Estábamos en ese punto de que no
sabes si te duele más al subir o al bajar. Todo es malo. Molestias en las uñas
de los pies, los gemelos “enfadaos”, los cuádriceps echando chispas, una
ampolla palpitando en mi dedo gordo y un calor insoportable. La lluvia ya había
parado y las nubes se estaban esfumando dando paso a un sol achicharrante que
nos acompañaría hasta meta. Yo miraba mi dorsal, en el que aparecía el
recorrido con los nombres de los picos marcados y según aquello ya quedaban dos
pequeños nada más: Can Ribot y Roca Negra.
Para el kilómetro 20 ya estábamos
centradas en el reloj, queríamos entrar en tiempo y visto lo visto no nos iba a
sobrar demasiado. A Silvia ya le dolía todo también, y no parábamos de
repetirnos que lo íbamos a hacer. Por nosotras. Por todo lo pasado. Porque nos
lo merecíamos! Con muchos dolores y ya corriendo como buenamente nuestro cuerpo
nos dejaba, un poco destartaladas íbamos descontando kilómetros y minutos. Para
mí, sólo un PERO: los kilómetros estaban marcados con carteles, y ver el cartel
del kilómetro 25 y seguir pisando montaña me hizo venirme un poco abajo. La
cursa era de 25, yo pensaba que en total, pero NO. Aún nos quedaba casi uno más hasta la meta.
Pero bueno, para compensar y paliar el sufrimiento final unos chicos muy majos
nos mojaron con una manguera de esas potentes justo antes de llegar al tramo
final.
Pisar el asfalto por fin, me
emocionó. Unos 400 metros hasta la meta, una bajada, un tramo de escaleras y la
plaza desde donde salimos nos esperaba. Chus y Jorge nos aplaudían en los arcos
previos al de meta. Mi amore Christian inmortalizando el momento y dando los
ánimos finales con los peques, la familia de Silvia esperándonos al completo, y
como no, David también.
4 horas y 24 minutos, nuestro
tiempo final. Medalla de finisher y camiseta chulísima. Un montón de emociones,
la risa “floja”, esa que te entra por no echarte a llorar. Abrazos y
felicitaciones, y una sensación de logro que no sé cómo explicaros. Superarse a
uno mismo, a nuestros miedos y nuestras supuestas limitaciones te da una
sensación de superpoder que creo que es la que nos hace reincidir. Es lo que no
entienden los que no corren, y los que no se ponen un dorsal. Pero es que por
mucho que diga, o que digamos, no lo entenderéis hasta que no lo hagáis. Es raro,
no?
No sé si estaré en la línea de
salida de la Roca Negra 2018, no lo descarto. La puedo hacer mucho mejor, de
eso estoy segura, y la curiosidad es muy mala!
Sólo por la gran organización,
por la calidad de cada uno de los voluntarios que nos animaron y cuidaron en
cada momento, vale la pena. Cada metro
de carrera perfectamente señalizado, un recorrido súper bonito y los
avituallamientos bien preparados y abundantes. Al margen
del sufrimiento normal que una carrera así te brinda, la disfruté muchísimo, y
estoy muy orgullosa de haber participado y haberla terminado.
Tenemos el verano encima, y
aunque los entrenos se complican con el sol, estamos en busca y captura de
nuevo reto…sin prisa pero sin pausa. Se aceptan sugerencias, qué me decís??
Como siempre, gracias por
leernos, y a seguir sumando kilómetros!
Felicidades Dámaris por tu carrera y por tu crónica. Un abrazo muy fuerte
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar