lunes, 12 de junio de 2017

ROCA NEGRA 2017


Lo bueno de saber con tiempo que viene el lobo malo y feroz, es que tienes tiempo de prepararte y, normalmente, cuando llega, no es tan malo ni tan feroz como esperabas.
Así pensaba yo comenzar mi crónica de la Roca Negra justo antes de empezarla…”no va a ser tan dura como nos la hemos pintado, ya verás”, pensaba yo. Para el kilómetro 8 tuve claro que tenía que cambiar la intro, no digo más.
Empezamos!

Para ponernos en antecedentes resumidos, después de la Cursa de les Aixetes en Abril, de 19 Kms de montaña, David, Silvia y yo pensamos que para seguir en marcha necesitábamos otro reto a la vista, y ya que le estábamos cogiendo gustito a la montaña, buscamos. Alguien me recomendó ésta, y al ver que eran 25 kms cerca de casa pensamos que tampoco había tanta diferencia con la ya hecha, así que sin mirar mucho más nos apuntamos.
Eso que lo vas comentando con la gente conocida que te encuentras, sobre todo por la montaña, y las caras de UFFFF empezaron a asustarnos. “Sube mucho”. “Es muy dura”. “Rompepiernas”. Etc, etc.
1.300 de desnivel positivo, dicho así suena simple, pero no. Intentamos apretar en los últimos entrenos, sabiendo que todo iba a ser poco, pero aún con miedo teníamos poco que perder: la hora tope era 4 horas y media, y era nuestro único objetivo: terminar en tiempo y conseguir nuestra medalla finisher.
Después de la accidentada carrera en Zaragoza el fin de semana anterior, junto con una semana un poco pocha en general, dudé hasta la noche anterior de si ir o no ir. Pero la habíamos preparado y teníamos mucha ilusión así que decidí intentarlo, pensando que si a en algún momento viera necesario retirarme lo haría sin pena ni problemas.
Al 4 de Junio le precedió una semana de mucho calor, de lluvias tontas y tiempo así como muy primaveral, que nos tuvo toda la semana con un AY en el cuerpo sin saber qué nos encontraríamos. Por suerte, no voy a poder excusarme en la climatología porque hizo un día perfecto, sin más. Minutos antes de salir, el cielo estaba nublado y aunque hacía bochorno, no tener el sol ya calentándote el cogote nos daba una tranquilidad importante. 
Llegamos con tiempo a la Plaza Mercè Rodoreda de Sant Boi, y en medio de un ambiente chulísimo, saludamos a compañeros que también iban a correr: Nicole, Ester, Jose… nos colocamos y en pocos minutos salimos, ya desde inicio subiendo por la urbanización que nos llevó directos al pie del primer pico: Sant Ramón. Allí, a pies de la ermita, estaba el primer avituallamiento. Ese primer tramo lo hicimos bien, cómodos, aún los tres juntos aunque David ya empezaba a ir “sobrao”. Seguíamos en grupitos grandes, y de allí salimos disparados a la primera bajada. Y qué bajada.
Aquí hago un inciso para decir que yo ya sabía que bajaba mal. Pero justo ahí me di cuenta de que la palabra es FATAL. Supongo que esa bajada no era demasiado técnica, pero yo acumulé una tensión increíble en todo el cuerpo. No sé bajar sin pensar dónde pondré el pie en el siguiente paso, siento que me voy a matar! Y como no doy abasto pensando en cada paso, me colapso, y estoy segura que desde atrás debo dar la impresión de que en cualquier momento empiezo a rodar montaña abajo.
En fin.
Justo ahí, David y Silvia se me escaparon un poco y yo escuchaba unos pasos tras de mí cada vez más cerca (que presión!). Cuando ya los tenía encima me eché a un lado y el chico que venía detrás me dijo que siguiera, que ese ritmo ya le iba bien, que quedaba mucho y que la carrera ya iba a ser como un chicle: nos adelantaríamos subiendo o bajando, pero ya íbamos a ver las mismas caras hasta la meta.
Y cuánta razón. Ahí conocimos a Chus y Jorge, del Prat de Llobregat. Poco más se de ellos. Montañeros majísimos que estaban preparando algo más gordo en Octubre, conocían el recorrido perfectamente pues era su zona de entreno, y ya no nos separamos de ellos hasta el kilómetro 20, más o menos.
Debo contar cómo rompimos el hielo, lo necesito! Era 4 de Junio. Horas antes el Real Madrid había ganado su duodécima copa de Europa, así que yo estaba muy contentilla y encantada de chinchar a mi compi superculé Silvia. Un tramo después de que Chus me dijera lo de la carrera-Chicle, me adelantó y yo me tropecé (no, no me caí!), y me preguntó que si me había puesto nerviosa por adelantarme. Le dije que no, pero que es que al ser merengue no estaba acostumbrada a que me ganaran! Nos empezamos a reír todos, mucho. Resultó que él también era muy merengue y su compi Jorge muy culé así que el cachondeo estaba servido. 
Llegando a Sant Climent, ya vimos que David iba mucho mejor que nosotras, igual que en los entrenos, vaya. Así que, aunque casi tuvimos que suplicarle, se adelantó para hacer su carrera, al fin y al cabo, nosotras íbamos a llegar juntas a meta sí o sí. Gracias Deivid por cuidarnos tanto!
Empezó a llover, poca cosa así que lo agradecimos mucho porque calor hacía. Lo malo es que igual que subíamos bajábamos y las piedras mojadas son un peligro.  Justo llegamos a una gran bajada, una pared de pizarra enorme…ahí yo tuve ganas de llorar, de verdad. Me paré en seco sin saber muy bien por dónde bajar, y veía más abajo a la gente resbalando y poniendo las manos en el suelo, cada uno apañándose como podía. Yo, visto el plan, fui a lo seguro (y a lo ridículo), y planté mi trasero en el suelo y bajé a lo tobogán, tal cual os lo cuento.
Pasado esto, tuve un rato malo.  Estábamos en plena montaña, con unas vistas preciosas que no disfruté, y yo no paraba de acordarme de lo que nos pasó en Zaragoza la semana anterior. Sólo llevábamos 10 kilómetros y ya iba cansada, forzada… ahogada. ¿Sería esa la sensación de mi hermana justo antes de desvanecerse? Y si me pasaba a mí allí, cómo me iban a atender si estábamos en una zona intransitable del todo para coches?  Sílvia me lo vio en la cara, y no paró de animarme para que no me viniera abajo. Estaba negativa total, ya andando en muchos tramos y peleándome conmigo misma paso a paso, segundo a segundo. Gracias Silvi!
Bajo la lluvia seguíamos avanzando por un tramo de barrigas, así lo llamaban los chicos. Sube, baja, sube, baja…Tabor, Can Cartró y Rebaixí, pequeños picos que nos iban machacando las piernas y la mente. Muy duro, muy técnico, nada que ver con nuestra querida cursa local de les Aixetes. Eso nos decíamos Silvia y yo: ¿Dónde nos hemos metido?! Por ahí estaba el tercer avituallamiento, el cuerpo me pedía agua y más agua. Comí naranja, una mujer majísima casi me obligó a comer un trozo de plátano y por el rabillo del ojo vi por dónde continuaba nuestro camino: una pared de piedra que te obligaba a “escalar” un trozo para encontrar de nuevo el sendero. ¿En serio? Sí. Vamos Silvia!
Ya íbamos encaminadas a Sant Antoni. Ay Sant Antoni! Tooooda la carrera temiendo ese momento. Cada compañero que adelantábamos o que nos adelantaba, nos aconsejaba que guardáramos piernas para esa subida que era el peor momento de la carrera. El más duro, y encima largo. Kilómetro 15 – 16, con mi particular crisis interna superada, pensé que 10 kilómetros, por malos que fueran, estaban hechos. Pobre de mí, jaja!
Aquello no tiene nombre. Me cuesta creer que por allí nadie pueda subir corriendo, pero vaya, visto los tiempos de los primeros en llegar a meta correr, corrieron, y de qué manera. Me quito todos los sombreros habidos y por haber. Yo me tenía que ayudar con las manos para subir, me agarraba a raíces, a ramas y a todo lo que pillaba. Nos parábamos a respirar unos segundos y tomar fuerzas para seguir. A mi favor diré que igual que me di cuenta de que bajando soy una auténtica patata, subiendo aguanto a ritmo ligero y ver que adelantaba a algunos me regaló una dosis de moral y autoestima potente!
Llegamos, por fin, y poco después un  avituallamiento más, en el kilómetro 18.2 exactamente.  Encarábamos la recta final ya con las piernas bastante castigadas. Estábamos en ese punto de que no sabes si te duele más al subir o al bajar. Todo es malo. Molestias en las uñas de los pies, los gemelos “enfadaos”, los cuádriceps echando chispas, una ampolla palpitando en mi dedo gordo y un calor insoportable. La lluvia ya había parado y las nubes se estaban esfumando dando paso a un sol achicharrante que nos acompañaría hasta meta. Yo miraba mi dorsal, en el que aparecía el recorrido con los nombres de los picos marcados y según aquello ya quedaban dos pequeños nada más: Can Ribot y Roca Negra.
Para el kilómetro 20 ya estábamos centradas en el reloj, queríamos entrar en tiempo y visto lo visto no nos iba a sobrar demasiado. A Silvia ya le dolía todo también, y no parábamos de repetirnos que lo íbamos a hacer. Por nosotras. Por todo lo pasado. Porque nos lo merecíamos! Con muchos dolores y ya corriendo como buenamente nuestro cuerpo nos dejaba, un poco destartaladas íbamos descontando kilómetros y minutos. Para mí, sólo un PERO: los kilómetros estaban marcados con carteles, y ver el cartel del kilómetro 25 y seguir pisando montaña me hizo venirme un poco abajo. La cursa era de 25, yo pensaba que en total, pero NO.  Aún nos quedaba casi uno más hasta la meta. Pero bueno, para compensar y paliar el sufrimiento final unos chicos muy majos nos mojaron con una manguera de esas potentes justo antes de llegar al tramo final. 
Pisar el asfalto por fin, me emocionó. Unos 400 metros hasta la meta, una bajada, un tramo de escaleras y la plaza desde donde salimos nos esperaba. Chus y Jorge nos aplaudían en los arcos previos al de meta. Mi amore Christian inmortalizando el momento y dando los ánimos finales con los peques, la familia de Silvia esperándonos al completo, y como no, David también.
4 horas y 24 minutos, nuestro tiempo final. Medalla de finisher y camiseta chulísima. Un montón de emociones, la risa “floja”, esa que te entra por no echarte a llorar. Abrazos y felicitaciones, y una sensación de logro que no sé cómo explicaros. Superarse a uno mismo, a nuestros miedos y nuestras supuestas limitaciones te da una sensación de superpoder que creo que es la que nos hace reincidir. Es lo que no entienden los que no corren, y los que no se ponen un dorsal. Pero es que por mucho que diga, o que digamos, no lo entenderéis hasta que no lo hagáis. Es raro, no?
No sé si estaré en la línea de salida de la Roca Negra 2018, no lo descarto. La puedo hacer mucho mejor, de eso estoy segura, y la curiosidad es muy mala!
Sólo por la gran organización, por la calidad de cada uno de los voluntarios que nos animaron y cuidaron en cada momento, vale la pena.  Cada metro de carrera perfectamente señalizado, un recorrido súper bonito y los avituallamientos bien preparados y abundantes. Al margen del sufrimiento normal que una carrera así te brinda, la disfruté muchísimo, y estoy muy orgullosa de haber participado y haberla terminado. 

Tenemos el verano encima, y aunque los entrenos se complican con el sol, estamos en busca y captura de nuevo reto…sin prisa pero sin pausa. Se aceptan sugerencias, qué me decís??

Como siempre, gracias por leernos, y a seguir sumando kilómetros!

2 comentarios:

  1. Felicidades Dámaris por tu carrera y por tu crónica. Un abrazo muy fuerte

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar