Todos los que practicamos deporte debemos cuidar nuestra
alimentación, ya que además de tener que satisfacer las necesidades normales de
nutrientes del organismo para su buen funcionamiento y mantenimiento, debemos
cubrir ese gasto extra que se produce al hacer ejercicio físico. Nutrirnos bien
previene lesiones, permite recuperarnos más rápido después del ejercicio, y nos
permite entrenar mejor, más fuertes y con mejores sensaciones.
Podríamos escribir mil páginas analizando alimentos “ricos
en” y “beneficiosos para”, pero como no soy nutricionista ni deportista de
élite, sólo quiero mencionaros dos indispensables en toda dieta de deportista.
Y es que me encantan los huevos y el jamón. Por separado, y juntos. Revueltos
ni te cuento.
El huevo nos aporta un montón de proteínas de la mejor
calidad, vitaminas del grupo B que ayudan a metabolizar la energía y ayuda a la
formación de glóbulos rojos, vitamina D que contribuye al mantenimiento de los
huesos y al desarrollo celular y la vitamina E que es antioxidante. Además
aporta hierro y grasas, que aunque esa palabra no nos gusta, también las
necesitamos.
El ejercicio físico extenuante, disminuye la absorción de
hierro, aumenta la fragilidad de los glóbulos rojos y favorece la aparición de anemia,
por lo que es necesario vigilar el aporte de hierro al cuerpo. El Jamón serrano
aporta hierro de tipo hemo, de mejor absorción que el hierro de origen vegetal.
Si además acompañamos el jamón con un zumo de naranja rico en vitamina C,
conseguimos que el hierro del jamón se absorba aún con más facilidad.
Total, que después de una sesión de entrenamiento dura, no
hay mejor avituallamiento que un buen bocadillo de jamón, o de tortilla. ¿Tú de
qué lo prefieres? No vale la ambigüedad, hay que elegir. Es muy importante
elegir. Y dejando la alimentación aparte, me explico.
O eres huevo, o eres jamón. O eres gallina, o eres
cerdo. Cuando la gallina aporta un
huevo, está aportando algo suyo, está dando algo de ella, pero no le supone un
gran sacrificio. En cambio, para poder dar jamón, el cerdo debe ser
sacrificado. Lo da todo. Y es que ante
toda situación que la vida nos ofrece, debemos adoptar una actitud, y casi
siempre demostramos ser gallina o cerdo.
El terreno más significativo es el sentimental, como no. En
casi toda relación es fácil que haya una parte “cerdo”, y una parte “gallina”.
Una parte que se sacrifica, que lo da y lo apuesta todo, y otra parte que quizá
por miedo, no acabe de convertirse en jamón. Quizás sea miedo al compromiso,
pienso yo. Palabra que por sí sola ya provoca temor en más de uno, pues implica
responsabilidades que muchos no están dispuestos a cumplir. Y es que antes de empezar una relación de
pareja, igual sería bueno saber si estamos preparados para ello, si estamos en
la capacidad de ser fieles o si tenemos otras prioridades en nuestra vida. Si
no hay claridad en lo que se quiere, difícilmente haya compromiso, es como
estar pero al mismo tiempo no estar. Para unas cosas sí, pero para otras no.
Somos huevo.
Quizás ser huevo tenga mucho que ver con los miedos. Con
cicatrices de cosas pasadas, de otras épocas en las que quizás nos atrevimos a
ser jamón y nos decepcionaron, nos hicieron daño…ser huevo es también ser
prudente, es ir con pies de plomo, es asegurar. Y yo también he jugado esas cartas. Pero
fíjate que a medida que pasa el tiempo, tengo más claro que ser jamón va de la
mano con ser feliz. E igual también es cosa de la edad, pero ya no me creo
ninguna definición de felicidad. Me parecen frases célebres pronunciadas por tipos
que nunca hicieron caso de las frases célebres. Gente que predicó con todo
menos con el ejemplo. Y tampoco creo que tenga nada que ver con la salud, con
el dinero, o con el amor. He tenido el placer de conocer a gente que no tiene
ninguna de esas tres cosas pero que podía levantarte el ánimo con una puñetera
mirada. Gente a punto de morir, demostrando más vida que tú y yo juntos. Gente
que no lo había perdido todo porque jamás lo necesitó.
Yo creo que la felicidad tiene que ver con nosotros mismos.
Con estar contentos y satisfechos con lo que hacemos día a día. Con dar todo lo
mejor de nosotros a quien creemos que lo merece. Que lo merece hoy, que no
quiere decir que lo seguirá mereciendo mañana, pero a ese problema ya le
pondremos solución cuando llegue. Si es que llega.
Creo que a día de hoy, soy muy jamón. Me sacrifico, sí,
porque creo que vale la pena. Espero que la valga. Doy de mi todo lo que puedo
dar, y comparto lo poco que pueda llegar a tener, pues eso me deja dormir
tranquila, y eso, ese placer simple llamado “dormir tranquila”, para mí, es un
poco de felicidad. El ejercicio extenuante del que hablaba al principio me
aporta otro poco de felicidad, pues me hace sentirme mejor conmigo misma, me
ayuda a superarme y trazarme nuevos retos, nuevas metas que me hacen estar
despierta, que me obligan a darlo todo cada día. A ser más jamón.
Y es que ser feliz es una decisión. Perdón, es LA decisión.
Y una vez tomada, hay que seguir tomándola todos los días pero sin agobiarse,
que ser consciente todo el tiempo es también un poco coñazo,
que tanta intensidad al final satura. Que es todo más simple, que el secreto
está en las ganas, y en las pequeñas cosas. Siempre en las pequeñas cosas.
Y tú qué eres, ¿huevos, o jamón?
No puedo estar mas de acuerdo , jamón jamón y lo demas son tonterias. Felicidades
ResponderEliminarMil gracias compi! Jamón, jamón!
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