jueves, 19 de noviembre de 2015

LAS COMPARACIONES SON ODIOSAS

“Un rey salió a su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.
El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el pino. El pino estaba caído porque no producía uvas como la vid. La vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. Y la Rosa lloraba por no poder ser fuerte y sólida como el Roble. Entonces, encontró un Clavel floreciendo y más fresco que nunca. El rey le preguntó: “¿Cómo es que creces tan saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?”. La flor contestó: “Quizás sea porque siempre supe que cuando me plantaste querías claveles. Si hubieras querido un Roble, lo habrías plantado. En ese momento me dije: ‘Intenta ser clavel de la mejor manera que puedas’, y mírame, el más hermoso Clavel de tu jardín.””.
¿Por qué empiezo con este pequeño cuento? Pues porque me encanta la moraleja. A veces, incluso casi sin darnos cuenta, eso mismo es lo que nos pasa a nosotros. Vivimos marchitándonos en nuestras propias insatisfacciones, en nuestras absurdas comparaciones con los demás…”si yo fuera”, “si yo tuviera”, “si mi vida fuera”…siempre conjugando un futuro incierto, en vez del presente concreto que es todo lo que tenemos.
Pero, ¿por qué nos comparamos con los demás?
Es inevitable. Desde que nacemos, los demás nos enseñan a tomar a otros como puntos de referencia para construir nuestra propia identidad. “Al nacer pesaste más que tu hermano”, “Él empezó a andar antes que tú”, “Tu prima se comporta mucho mejor que tú”.
En el cole la cosa empeora, ya que las notas son una manera clara y contundente de compararnos directamente con los demás. Parecemos destinados a crecer siempre en función de lo que otros son y no de lo que nos hace únicos.
Dicen que las comparaciones son odiosas, y si bien es cierto que esa frase roza ser una verdad como un templo, pienso que compararse también puede ser positivo, pues nos permite entender que cada uno es diferente, que no hay dos personas iguales, que no hay razas mejores, sólo distintas. Entender esto nos hace tolerantes, preciosa virtud, verdad?.
Sin embargo, la parte negativa es más potente, sobre todo cuando tenemos “tocada” la autoestima. En ese caso, la comparación siempre es para atormentarnos y descalificarnos, lo que nos produce un dolor innecesario y no aporta nada a nuestra vida.
¿Qué es mejor ser guapo o simpático? ¿Es mejor el niño que saca las mejores notas, o el que dibuja maravillosamente bien para su edad?¿Es el mejor trabajador el más honrado o el más puntual? Es cierto que vivimos en mundo donde todo y todos se comparan, pero los parámetros son siempre relativos y no determinan nuestro valor como personas.
Tenemos una vida distinta, una infancia que nos marcó de diferente manera, un bagaje distinto, una formación distinta, formas de sentir divergentes, distintos genes…bueno, es teniendo los mismos genes y aun así podríamos encontrar mil comparaciones con nuestros hermanos. Por ejemplo, yo tengo dos hermanas, a una le robaría los dos hoyuelos que tiene en los mofletes que son lo más (los míos se quedaron a medio hacer), y a la otra la “envidio” por tener un cuerpo atlético aunque no se mueva mucho del sofá…¿Y qué es mejor que qué?.
Bueno, esto es un blog deportivo, así que me dejo de filosofadas, y vamos a aplicar esto al mundo del deporte.
Empiezas a correr, por ejemplo (por ejemplo, y porque a mí me pasa, claro!), y quieres mejorar rápido. Correr más metros. Correrlos sin pararte. Y hablas con otras personas que corren y…empiezas a compararte. Sales con una amiga una tarde y ves que ella tira más, que se cansa menos…”pero si corre desde hace menos tiempo que yo!”. Y te da el bajón. Y vienen los pensamientos negativos, la nube gris se instala en nuestra cabeza y llegamos a casa desmoralizados pensando que no servimos para eso, que nunca lograremos los objetivos que marcamos en nuestra cabeza, que para qué seguir.
Y como todos los que practicáis algún deporte, sobretodo de resistencia, sabréis que el cuerpo se entrena, pero la mente también. Y diría que es casi igual de importante, si no más. Aunque nuestro cuerpo esté preparado y entrenado, si nuestra mente tiene el modo negativo ON, difícilmente seremos capaces de mejorar.
Cada uno avanza a su ritmo, condicionado por distintos factores, así que si vamos a compararnos, hagámoslo con nosotros mismos pues es el “rival” al que queremos superar. ¿Estoy mejor que hace un año? ¿Y que hace cinco? ¿Corro más y mejor que cuando empecé? ¿Me siento más fuerte, más en forma, mejor conmigo mismo que cuando no practicaba deporte?
Igual que muchos de nosotros dejamos de comer ciertos alimentos para mejorar nuestra salud, dejar a un lado los pensamientos negativos causará el mismo efecto.
A veces parecemos empecinados en no querer ver que la felicidad es un estado subjetivo y voluntario. Podemos elegir HOY estar felices con lo que somos y con lo que tenemos, o vivir amargados por lo que no tenemos o no podemos ser.
Sólo podremos florecer el día que aceptemos que somos lo que somos, que Dios nos hizo únicos e irrepetibles, y que nadie más puede hacer lo que nosotros vinimos a hacer.
Así que si a veces o pasa lo mismo que a mí, tenemos doble reto, entrenar nuestro cuerpo y sobretodo nuestra mente. 
Yo este Domingo volveré a pelear en la 92 edición de la Jean Bouin de Barcelona. La semana que viene os cuento!!!

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