Por dentro y por fuera. Por fuera, es un efecto colateral
del deporte. Digo colateral porque no es adelgazar mi principal motivación para
hacer deporte (que me parece un gran motivo para ponerse en marcha, por
cierto), pero reconozco que siempre alegra ver que cierta lorza va perdiendo
facultades. Hago deporte, sobretodo, por
cómo me siento al acabar, aunque justo antes de empezar haya encontrado mil
excusas para no hacerlo. Si al final logro salir a correr, al gimnasio, o en
bici…a la vuelta mi mente es otra. Desgraciadamente no formo parte de ese grupo
de privilegiados capaces de ordenar su vida de manera que “si algo tiene
solución, ¿para qué te preocupas? Y si no la tiene ¿pues para qué te
preocupas?”. No, no me sirve. Con el agravante femenino y hormonal, debo
confesar que hay días en que mi cabeza es un hervidero. Esos días son los
mejores para ponerte en movimiento, si logras vencer tus excusas, la vuelta a
casa pinta de otro color. Palabra!
Tengo muchas cosas en mente que me gustaría hacer con el
tiempo. Cada vez más, de hecho. Ya os hablé de LA carrera, la maratón de NY…pero
antes estará la de Barcelona. Y antes, la media maratón. O varias medias
maratones. Y la montaña. Otra media maratón de montaña…¿O quizás más de media?
Quién sabe. Y marchas cicloturistas con mi flaca azul. Y por supuesto, algún
triatlón. Esto sí que sí tiene que llegar. No sé cuando porque no quiero
precipitarme y sufrir más de lo estrictamente necesario. Me impone mucho, eh?
Sobre todo la parte de nadar. Y si es en el mar ya ni te cuento, que soy de
imaginación fácil…cosas que te rozan, olas, algas, medusas, peces… tiburones!!
Pero estoy en ello. Y seguiré en ello hasta que me sienta capaz. Aquí lo dejo
escrito para cuando me raje, que me lo podáis echar en cara, que os doy permiso,
va. Y no sé si me gustará esto del triatlón llevado a la práctica, pero ojo que
como me guste, no pienso conformarme con distancias cortas…pasito a paso. Step
by step, que dicen por ahí.
Paralelamente, también estoy en obras por dentro. Creo que
todos lo estamos casi constantemente, pero no hay que confundir las pequeñas
remodelaciones, con las grandes obras, de esas que no sólo tocan la fachada,
sino también los cimientos.
Hace algo más de dos años algo parecido a un huracán arrasó
mi vida, y aunque me hizo falta muy poco tiempo para descubrir lo sumamente
infeliz que era hasta justo antes de ese momento, no exagero si digo que pensé
que me moría. Frustración, rabia, pena, dolor. Impotencia por no poder focalizar
el kaos en mí, sino que tocara y afectara también a los que más quiero.
Inevitable, por otra parte. Mi carácter fuerte me ayudó a mantener la
estructura estable, pero todos mis tabiques y paredes cayeron en picado. Mi vida cambió
por completo, tanto, que llegué a un punto en que yo misma me vi en la
obligación de terminar de tirar lo poco que quedaba en pie, porque ya no servía
para nada. Humedades, goteras, termitas…No se puede construir algo duradero
sobre el barro. Ni edificar sobre cimientos dañados. No se puede construir una
vida nueva sobre una base de mentiras. Ni se debe. Exploté. Me fui, y sola,
empecé las obras.
Y desde entonces así sigo, en obras. Y cuanto más tiempo
pasa, mejor estoy, y puedo ver con más claridad toda aquella situación. A
todos, en algún momento de nuestra vida,
se nos cruza un “jefe de obra” que nos obliga a demoler, a rehacer el trabajo
que teóricamente no hemos hecho bien. Llámalo expareja, exnovio, amig@,
pariente, familiar…gente que nos defrauda y nos hace creer que toda la culpa es
nuestra, cuando como todo el mundo sabe, dos no se pelean si uno no quiere.
Pero eres vulnerable, y te lo crees. Y te hundes. Y te castigas por no haberlo
sabido arreglar, quizás con un poco de masilla y pintura lo hubiéramos
salvado…no. Pero gracias a Dios, el tiempo pasa, y la venda nos cae de los
ojos. Y ahí, desnudos de paredes y decorados, pasamos de la pena a la rabia. De
la rabia al entendimiento. Y del entendimiento a la indiferencia. Y es ahí,
desde la más total indiferencia, desde donde puedes ver con claridad e
imparcialidad qué pasó. Y asumes tu parte de culpa, pero sólo la tuya. Y te
cruzas con esa persona, y por muchas perrerías que te haya hecho, sientes casi
pena. Porque lo ves tan infeliz estancado en su bucle incomprensible de rencor,
que sólo puedes sentir lástima. ¿De verdad tuvimos algún día algo en común? Y
supongo que es justo en ese momento, en el que sabes que todo pasó, que está
superado, que probablemente fue lo mejor que podía haberte ocurrido nunca. Punto
y final, por fin.
Y es momento de reconstruir.
Y te abrigas los cimientos con tabiques, con amigos que estuvieron
mientras el huracán pasaba y que ya no te han dejado más sola. Y los anclas
bien fuerte a tu suelo con momentos y recuerdos juntos únicos, con cenas, con
sobremesas, con risas. Y te preparas para pintar las paredes de tus tabiques de
un blanco impoluto, digno de quien empieza de nuevo lleno de ganas, pero
alguien se cruza en tu camino y decide ayudarte a pintar, que tú estás cansada.
Y te propone colores, y te hace imaginar cómo quedará ese color cuando esté
acabado. Y te hace soñar, y sueña contigo. Y empezáis a pintar, cada uno con un
rodillo, como un gran equipo improvisado. Y tú, que estás más débil, te cansas,
y quieres abandonar porque parece que queda mucho por pintar, mucho por hacer,
y te impacientas y te agotas…y esa nueva mitad tuya te levanta, te abraza, te
recuerda que queda un día menos y decides seguir…cómo no vas a seguir si tiene
tantas ganas como tú.
Así que casi sin darme cuenta, ya estoy poniendo ladrillos
en la fachada. Cada ladrillo es un día más, o un día menos, según se mire.
Cuando termine de ponerlos, espero recuperar a parte de la gente que perdí en
aquel huracán, en parte voluntario. Bueno perder es una palabra muy fea, digamos
que los obligué a distanciarse. Tampoco es que quiera recuperarlos a todos.
Cuando tomas distancia de ciertas personas, sea queriendo o sin querer, pueden
pasar dos cosas: que los eches tantísimo de menos que de pronto pasas a
valorarlos mucho más y te haces consciente de que si logras recuperarlos
deberás cuidarlos más de lo que lo hacías, o que los eches tan poco de menos,
que ésta distancia ya te parecerá cómoda.
Cuando termine de poner todos los ladrillos, les invitaré a
mi nueva casa, pintada, bien fundada, sólida. Y les pediré que me ayuden a
decorar, que para eso hay confianza, pero no de esa que dicen que da asco. Yo
pongo un sofá grande para que quepamos todos, venga. Pero cada uno que me
traiga un cuadro. O mejor, un marco de foto. Y la foto nos la hacemos en casa, para rememorar esta nueva etapa.
Para dejar lo viejo atrás. Porque todos nos equivocamos, no hay nada más
humano. Lo bueno es rectificar. Y aprender. Y construir aunque cueste. Aunque
lleve más tiempo de lo previsto, o de lo deseado. Aunque cada día que pase
duela, aunque haya cosas que no entiendas, aunque a veces alguna de tus paredes
recién pintadas vuelva a agrietarse, no pasa nada, un poco de masilla, echas
mano de tu equipo de pintura y a seguir poniendo ladrillos. Al final, valdrá la
pena. Cuando le abras las puertas de tu casa a quien tanto quieres…tiene que
valer la pena.
Ooooooh!!! Me a encantado dama!
ResponderEliminarPero mucho,muchooo!!!
Gracias guapa! Me alegro un montón!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGenial, Dama!!!!
ResponderEliminarGracias Xaviiii!!!
EliminarDi que si mas claro el agua, sigue con esa ilusión de ir avanzando poco a poco y como se dice " con buena letra " en tu caso con buen ritmo.
ResponderEliminarFelicidades Damaris .
Muchas gracias!!!!! En ello estamos!!gracias por leerme!! Muak
Eliminar